sexagenario en festival indie

Sabes? Los conciertos siguen habitados por esa especie que deambula, que camina de un lado a otro dando codazos y empujones pretendiendo pasar justo por donde tú estás. Tampoco se ha extinguido la subespecie de quienes no paran de hablar, mejor dicho, de chillar. Ya podrían quedar con sus colegas en cualquier otro lugar del planeta.

Nada más entrar al recinto, se confirma la asociación festivales y purpurina. La cosa pilla un punto carnavalero, a lo que ayudan las pandis vestidas iguales, quienes se ponen coronas de flores y lucecitas. Las camisas de flores también, aunque no he resuelto el dilema de si se trata de look festivalero o, más concreto, de look indie. Que ya se sabe, a todos los grupis les gusta tener su propio uniforme.

En el momento de la primera cerveza, es ahí cuando salta la primera chispa del evento. A la nada económica entrada -que ya sirve de filtro clasista (10% del SMI)- se añade ahora el jueguito del monopoly que instauran en su interior. No puedes comprar con euros, sólo con sus fichas amarillas (que no baldosas). Ponen que no calcules que cada ficha te la venden a 2,5 € y que nada cuesta menos de dos fichas amarillas. O sea, a 5 € una cerveza. A 5 € un paquete de papas. A 5 € un perrito… A la tercera copa no tienes ni idea de cuánto llevas gastado. Eso sí, en caso de que te sobren fichas, te las devuelven. Un detallazo, oiga.

Miro al escenario y… todo hombres. Sólo vi, en seis grupos, a dos mujeres y, eso sí, en los coros. Claro que los programadores tienen responsabilidad, pero sospecho que no sólo ellos, que no dejan de ser un eslabón más de la cadena, que comienza muy lejos, en las casas y escuelas, con la educación y las “vocaciones” segregadas. Así que, hagámonoslo mirar todxs, que seguro que algo hacemos.

Respecto a los grupos… Dejando a un lado con todos mis respeto al histórico Soft Cell, me quedo con tres de seis con peros. Carajo, cuánto echo de menos a Vetusta Morla. Podemos encontrar bandas con un nivel musical más que bueno pero… que no van más allá que cantar al amor, al desamor y a todas sus formas de desencuentros y dolores. Sus letras no van más allá de lo micro. Y ya lo dice Arde Bogotá, con su vocalista remasterizado en Búmburi, en el tema Cariño: “baila esta canción de mierda”. Un estribillo que repite hasta el éxtasis, envuelto en un sonido espectacular que describe a la perfección el panorama: Alta formación musical, directos potentes… y unos contenidos de mierda. Insisto, cuánto echo de menos a Vetusta Morla. Y como dicen Viva Suecia, con su sonido brutal: “No hemos aprendido nada”.

Hay unos menos cortavenas que otros, cierto, pero ninguno sale del bucle del amor romántico. Algunos hablan de malestares (que con mucho esfuerzo podríamos extrapolar), pero sin contexto. Será que admiten que el monstruo, más globalizado que nunca, es más esquivo y poderoso. Una música que retrata a la generación de la que forma parte. Con alta cualificación y escaso o nulo interés en asuntos sociales, políticos, económicos, como quien no escucha caer las bombas ni se siente salpicado por tanto cadáver inocente e innecesario. Así que, como mucho, invitan a mandar “a todos a tomar por culo”, como canta Siloé en «Si me necesitas, llámame». Más de lo mismo, por mucho que suene genial.

Y no, no añoro a Quilapayún, tampoco a la no tan nueva trova cubana ni a cantautores protesta que salían de debajo de las piedras en los 70 y 80. Su función cumplieron pero, con todos los respetos, ya está bueno. Hace tiempo que eso tampoco es.

Lo dicho, echo de menos a Vetusta Morla. Aunque para compensar, en noviembre, dosis de Robe y su filosofía, que es otro nivel, otra mirada.

De los logos de los WC, sin comentarios. Hablan por sí solos.

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