redeconstruirme

Empiezo de nuevo

y bromeo con la eternidad

aunque parasiempre y yo nunca simpatizamos

Puede que pronto vuelva a desmontar todo

por puro placer de reiniciar

Salir de lo conocido

aunque sea bueno

para aventurarme a la nada

convencido de que también podrá resultar habitable

A veces preciso huir del calor

tiritar de frío

volver a colgar los pies sobre el abismo

sentir el viento

resecarme la cara

Morir de miedo

y renacer

tareas

Llevaba días revisando emociones. Como tarde espesa en patio de casa antigua.

Reorganizó el armario de sus sentimientos. Desechó los que habían quedado estrechos, pasados de moda, amarillentos… Los que ya no le hacían vibrar. La oscuridad de los roperos sazona todo de sabor olvido.

Separó batallas para regalar. Aunque siguieran activas, ya no se veía en ellas.

Se reservó solo las imprescindibles, las que seguían retorciéndole el ombligo o le plegaban la espalda. No estaba por dejarse gobernar por su sistema límbico, pero tampoco sabía vivir sin emocionarse. De autómatas insensibles ya estaban los telediarios llenos.

Con las inevitables puso una lavadora, las tendió al sol y dejó que el viento se encargara de airearlas bien. Luego, dedicó toda la tarde a plancharlas, una a una. Mejor sentir sin pliegues, se dijo.

una historia viajera

al volante

En la M-503, la vieja carretera de Castilla que recorro cada día, es allí donde siempre me ocurre. Es subirme al coche y acordarme de él. No sé si ejerce de San Cristóbal o qué porras significa.

Es un tipo de mi ciudad que conocí hace algunos años. Cuando coincidimos la primera vez apenas lo vi, la verdad es que casi ni me acuerdo de aquella época. Yo estaba enamoradísima de un cabrón que acabó marcándome la vida -con mi consentimiento y disfrute, todo hay que decirlo-, sin tiempo para distracciones secundarias. Diez años más tarde, o así, ya en era cibernética, volvimos a encontrarnos. Perdón, a ciberencontrarnos.

A decir verdad, ahora sí que me despierta interés. Interés y otras apetencias que no voy a describir aquí, delante de tanta gente. Claro que, como suele pasar, por estas fechas anda entretenido en sus cosas y nunca encontramos el momento. Tampoco descarto que su experiencia de hombre invisible le haya dañado el orgullo y prefiera disfrutar de la frialdad que da una década a la venganza.

La cosa es que en los viajes de ida y vuelta al trabajo, más en los de vuelta a casa, para ser exacta, la imagen de aquel hombre se me repite. Sin ningún sentimiento definido. Con algo de nostalgia, quizás. La luz que envuelve su silueta es la de las calles y plazas donde crecí, donde están los pocos referentes familiares que me quedan, donde vuelvo por Navidad, donde no me siento tan sola. Así que, mientras me dirijo sola a mi casa de la capital, donde vivo sola, cada día me acompaña su recuerdo que no sé cuánto tiene ya de real o imaginado.

No, no jueguen a psicoanalistas, por favor. Todos sabemos sacar conclusiones fáciles de las vidas ajenas. Es bien sencillo. Y hasta nos hace sentir ocurrentes e inteligentes. Lo dicho, ahórrenselo conmigo, porfa. Si les cuento esto es por lo que aún no he contado, que es lo que realmente me intriga.

Lo curioso es que me acuerdo de este hombre puntualmente cada día. Y, ahora que pienso, no es solo cosa de la M-503. La semana pasada cogí el AVE a Barcelona y ¡zas!, allí estaba él, rondando entre mis pensamientos y cosas, entre cabezada y cabezada, expedientes, contratos y negociaciones colectivas.

Hay algo que me sorprende más todavía. Los fines de semana no pienso en él. En realidad, sábados y domingos tengo algo más de tiempo para teorizar sobre ésta y otras chorradas inexplicables que  hacen de mi vida algo menos previsible. No, creo que «menos previsible» no es la expresión correcta para este caso, precisamente. ¿Menos racional, quizás? La cosa es que los fines de semana, lo que realmente pienso es que esos dos días no pienso en él. Pienso que no pienso, que no es otra forma de pensar. Es algo diferente. Y eso que los domingos son mis días más eróticos, ya saben: las mañanas alargadas en la cama, el sol por la ventana… Pero él nunca aparece. ¿Dónde se meterá este hombre los domingos?

Lo bueno es que los lunes, cuando nos volvemos a ver, ni él ni yo nos pedimos explicaciones.

Olmo, el vende peras

olmo TRES

Claudia Hass

Como todos esperan de él, Olmo se levanta temprano cada mañana para ir a trabajar. Tiene un puesto de peras en el mercado. Sí, de peras, nadie lo entiende, pero a Olmo siempre le piden peras. De cualquier forma, si alguna vez aparece alguien que quiere otra cosa, lo resuelve de inmediato. Cuando le piden naranjas, se convierte en naranjero. Cuando quieren yogur, se hace frigorífico. Si le demandan leche fresca, en vaca se convierte.

Olmo es un hombre fácil de amar, al menos en los inicios. Para personas aventureras, se disfraza de Indiana Jones. Para bohemias, se hace hippy, creativo, pintor, artesano, poeta, escritor… de bolsillos agujereados. Las ejecutivas lo transforman en dirigente economista y calculador, capaz de sacar rédito a cualquier atisbo de oportunidad financiera, un genio de los nichos de mercado. Para las macarras, sabe ser el más duro de cualquier panda. Mimoso para las mimosas. Independiente para las libres. Hablador para las conversadoras. Bailarín para verbeneras. Melómano para concertistas.

Los días de mucho sol, Olmo no da sombra. Los días de lluvia, se convierte en pez.

Más que habilidades sociales, lo de Olmo es un éxito social incalculable. Jamás vi a nadie igual. Se adapta a cualquier persona y circunstancias, que desde el primer minuto lo aceptan para siempre en sus círculos, por muy selectos que resulten.

Hay una única cosa que a Olmo se le resiste. Frente al espejo se convierte en reflejo. Reflejo del reflejo del reflejo… Olmo jamás se ha visto. Olmo no sabe quien es.

sin beso nos quedamos

¿Recuerdas el beso que no nos dimos?

¿Aquel que quedó atrapado entre nuestros orgullos, encriptado en el silencio ruidoso de nuestros egos?

¿El abrazo que pudo ser y no fue, el que nos asomaba reprimido en las miradas de despedida, con los brazos inmóviles y la sonrisa rota?

Ese calor que no sentimos
que dejamos evaporar
circulará por otras brisas
otros brazos
o acabará dejándose llover en algún páramo
haciendo charco
para cualquier sapo.

tarde de domingo

La tarde de domingo se pliega, como todas
como retroceden las olas al llegar a lo más alto de la orilla
lo más lejos que saben
que pueden
se atreven
según la hora
según la ola

Y en cualquier trinchera
dos gametos se juntan y fecundan
para ser paridos en cualquier barricada
para echar a andar entre la balacera
intentando volar entre misiles.