barrios

Crecimos en barrios donde la gente se saludaba. Si no se conocían, también. Donde los vecinos se convidaban con lo que bajaban de sus pueblos, fueran flores, frutas o papas nuevas. Tampoco faltaban los platos de comida. Sí, en plato, que el táper llegó más tarde. Barrios que se encontraban en las fiestas, organizadas por y para ellos.

Por las mismas fechas del plástico llegaron además los turistas, que se extendieron como mancha de aceite por la isla. Fueron llegando cada vez más y más, cubriendo de apartamentos los barrancos. Lo llamaban “mercado”, algo a lo que nadie puso rostro.

Con la isla repleta de hoteles, no tardaron en llegar a los barrios. Ruedas de maletas y acentos incomprensibles fueron silenciando nuestras conversas. Calle por calle, puerta a puerta.

Con sus bolsillos rebosantes de billetes, compraron casas y edificios, dinamitaron los precios…. Y las casas terreras se hicieron edificios, pisos de lujo o viviendas para gentes ociosas.

La usura nos pulverizó el derecho a la vivienda hasta expulsarnos de los escenarios de nuestras vidas.
Tuvimos que irnos para que los guiris hagan turismo en pueblos y barrios fantasma, donde ya no vive nadie, donde nos hicieron imposible la vida.

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