Los desencuentros forman parte sustancial de los encuentros. No por oposición o diferenciación de contrarios, sino por ser ingredientes imprescindibles de lo mismo. El abordaje de los desencuentros, a pecho descubierto, con las tripas sobre la mesa, es lo que realmente cose/construye, grieta a grieta, los vínculos.
No hablo de peleas, de gritos, amenazas ni insultos. Eso no sería más que la escenificación de la lucha por el poder, la imposición de relatos individuales. Eso habla de ira y frustraciones. Abordar las diferencias, en cambio, tiene que ver con compartir vulnera-bilidades, es exponerse y es-cuchar desde el respeto, en busca de la comprensión del otrx y de unx mismo, tratando de descubrir puntos de encuentro, de lo que queremos y podemos compartir.
En una relación donde se ignoran los conflictos, donde no se escuchan ni atienden, donde no se dialogan y negocian…, no significa que no los haya. Al contrario, lo más probable es que una de las partes se esté tragando todas sus incomodidades en silencio.
En la civilización de la espectacularización se impone la apariencia de que todo va bien, siempre y por sí sola. La dictadura del fluir nos lleva a creer que sólo cabe esquivar los conflictos, evitarlos o romper la baraja.
Las relaciones son el encuentro de seres diferentes, conflictivas por definición, y es desde ahí donde podemos vivirlas. La letanía del fluir, en cambio, es una esclavitud que nos lleva de superficialidad en frivolidad, y tiro porque me toca.
El deseo nos lleva al enigma del otrx, fruto de su peculiar biografía. Lo extraño sería estar de acuerdo en todo. Vale que negociar lleva implícita la cesión, pues si una de las partes impone íntegramente su posición esta-remos hablando de otra cosa. Cierto que el poder está en todas partes, el problema surge si se acomoda siempre en el mismo lado. Como en los encuentros eróticos, todxs somos sujetos y objetos de deseo y placeres, simultánea y consecutivamente.
Los desencuentros son parte intrínseca de los encuentros. Así lo expresaba Efigenio Amezúa en su Ars Amandi de los sexos: la letra pequeña de la Terapia Sexual (p224):
“Cualquier parecido entre el ars amandi y el amor son meras coincidencias. Se trata de los sexos y de su atracción, su seducción y cortejo, de su encuentro, que no es sino su relación en toda su complejidad tan llena -no hace falta insistir- de posibilidad y, por lo tanto, de complicaciones o problemas.”
Sin tampoco olvidar que el encuentro surge del deseo, que es cultivable pero también variable. El hasta que la muerte nos separe forma parte de otros discursos y moralinas, al servicio de intereses bien distintos. Porque se puede seguir queriendo/amando a alguien -duelos mediante- en muy diversos formatos de vínculos y distancias. Y todo bien.
