No sé bien porqué estoy aquí. Siempre evité los funerales de desconocidos y no tengo ni idea de quien es el finado en esta ceremonia. Como encima tenga carácter religioso, no sé si lo podré soportar. Tendré que debatirme entre hacer el feo a allegados y familiares, levantarme y abandonar la sala o quedarme aquí, refunfuñando y pensando en mis cosas, esperando la mejor ocasión para salir a la fuga.
La sala no está vacía, pero los sonidos retumban con un eco persistente.
Comienzan a desfilar personajes que se acercan al micrófono. Es como un espectáculo de monólogos, pero no ríen. Nadie lleva sotana y eso me alivia. Comparten anécdotas del muerto. Lo cierto es que me resultan familiares. Debo haber conocido a este tipo, pero no me acuerdo.
Intento consolarme. Me alivio por no escuchar ninguna alusión a la otra vida. Tampoco hay intervenciones en defensa de la flagelación por su más que probable mala vida, perdones caritativos a los pecados habituales ni el rollo de que seguirá habitando entre nosotros, en el amor que cultivó en vida y blablabla. Tópicos, los justos.
Todo suena bastante terrenal. Sí que tenía cierta tendencia a la tristeza y el nihilismo. También brotes de imaginación y risas, combinado con un cabreo crónico por la sempiterna injusticia universal. Hasta me identifico con el pobre fiambre. En el acto hay pocas lágrimas y algunas lecturas de textos cortos que el despedido debió escribir de forma compulsiva durante casi toda su vida.
Sigo sin caer en la cuenta. No tengo ni la más remota idea de quién es el fallecido. Ni siquiera recuerdo qué me trajo hasta aquí. Debo haber llegado a esa edad en la que mi madre acudía a todos los funerales que se enteraba, dando por hecho que se trataba, cuando menos, de algún familiar de algún amigo de algún conocido… Cosas que pasan en los pueblos y en las capitales de provincias.
La gente comienza a irse. Quiero aprovechar el momento para largarme, pero no termino de reaccionar. La situación me incomoda. Vale que la ceremonia, totalmente laica y no excesivamente lacrimógena, no ha sido tan desagradable como temía. De acuerdo, pero ya va siendo hora de irme. Al final solo quedarán los más cercanos y entonces sí que no pintaré nada en todo esto. Hasta se preguntarán quién soy, qué hago yo aquí. No tengo vela en este entierro.
No sé qué me pasa pero, por más que lo intento, soy incapaz de irme.
Ya apenas queda nadie en la sala. Se forman corros. Algunos meditan en silencio. Hay quienes comienzan a hablar en voz alta. Hacen aspavientos y ríen, como si la solemnidad hubiera acabado. Hasta se escuchan chistes sobre el muerto. Quiero largarme ya. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no salgo corriendo?
La sala está prácticamente vacía. Salen las últimas personas. Alguien apaga la luz. Yo sigo dentro.
Simplemente, impresionante…