la excomunión del abuelo

millares 3

El abuelo se preparó para salir de casa. Se colocó bien la camisa blanca, siempre impecable, ajustó el nudo de la corbata, siempre negra, se abotonó el chaleco y completó la vestimenta habitual con la chaqueta de su traje oscuro con finas rayas blancas y el sombrero a juego. Volvería avanzada la noche, después de cerrar el cine, así que se llevó el gabán colgado del brazo. Camino del Millares saludó a algunos vecinos. En la calle de La Naval, ya cerca de Las Canteras, se le acercó una señora “¿Usted es don Domingo, verdad?”, le preguntó. “¿El del cine Millares?”. Asintió con la cabeza y contestó con otra pregunta: “¿Por qué?”. “Hoy dijo el cura que está excomulgado”, le informó la mujer. Apenas exteriorizó una sonrisa socarrona, muy suya, y continuó andando.

Llevaba unas semanas proyectando Gilda y la cinta tenía clasificación eclesiástica “4 gravemente peligrosa”. El Ministerio la había dejado pasar, aunque con muchos cortes. El Millares era el único cine de la ciudad que la tenía en cartel. No era una sala de estreno, pero las del centro habían preferido no proyectarla.

El chisme no lo pillaba por sorpresa, ya había recibido otros recados. Las monjas de la clínica de San José, a la que de vez en cuando enviaba alguna ayuda, se habían ocupado de visitarlo para darle sus santos consejos.

Una noche, al cerrar el cine encontró a un señor acurrucado en el descansillo de una de las puertas, cubriéndose del frío con la chaqueta. Se acercó para saber si le ocurría algo y el hombre le contó que había venido de La Aldea, desde el otro extremo de la isla, para ver la película, que a esas horas no tenía transporte público en el que volver ni pensión donde dormir. Don Domingo le abrió las puertas del cine y le dijo que pasara la noche allí, que no durmiera a la intemperie.

El abuelo era un hombre progresista, en lo político. En lo cotidiano, un varón de la época. A pesar de su condición de empresario y su vida acomodada, no simpatizaba con el Régimen, prefería el federalismo de Franchy Roca. Al cruzarse con una sotana, entrelazaba los dedos y susurraba “lagarto, lagarto.” Así todo, al mismo tiempo enviaba a sus hijas con aguinaldos a la parroquia. No pisaba una iglesia ni en los actos familiares, nada de bodas ni funerales. Solo se personaba en las celebraciones y en los cementerios.

Un mes y medio más tarde, Gilda dejó de ser rentable, así que cayó de la cartelera por su propio peso. Con todo, don Domingo no había olvidado el episodio de la iglesia y mandó una nota a don Antonio, el párroco de La Luz, famoso por el vozarrón con que atemorizaba a sus feligreses en cada homilía. “Muchas gracias por la publicidad que me han hecho”, escribió en el revés de su tarjeta, que acompañó con 500 pesetas.

Unas semanas más tarde llegó al cine el sacristán con un sobre del cura: “Muchas gracias. Su excomunión ha sido cancelada.”

Gilda es una película de Charles Vidor, protagonizada por Rita Hayworth y Glenn Ford en 1946.
Llegó a Canarias en 1948.

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