Es cierto. Es más que probable que todo sea mentira, que no valga la pena. Después de tanto fracaso, el siguiente intento apunta a ser un batacazo más. Nuevos esfuerzos y fatigas podrán sumarse a la larga lista de nuestras frustraciones.
No, no tengo las respuestas. Mucho menos la ruta ni el plan. Ni siquiera conozco el destino. Y aunque los llevara conmigo, me faltaría la arrogancia, la persuasión necesaria para imponerlos, arrastrarles a mi criterio.
Pero, ¿qué hacer? ¿Acaso sería mejor permanecer inmóviles, observar como regresa la carcoma a convertirnos en arena?