carta a mi hijo que cumple 12 años

No sé si está bien contarte que eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Lo mejor y lo más grave. Pero no grave de gravedad, sino grave antónimo de leve. Grave de denso, profundo, sólido.

Tu presencia me aferra a la tierra y a la vida. Me conecta con la obligación de seguir luchando, siempre adelante, sin posibilidad de rendirme. Tu sola presencia me obliga a estar, a insistir.

Tu existencia me obliga a coleccionarte seguridades, al tiempo que me bombardeas a preguntas.

Hay una alegría vital implícita a este compartir
a esta complicidad
veces cómica
veces salpicada de broncas
y límites

Gajes del oficio de padre, del padre en que me convertiste hace hoy 12 años, a las 12 del mediodía del 30-11-03. Capicúa, sí, que no significará nada, pero ya sabes que me entretengo con estas tonterías.

Gracias por venir. Aunque, como decía, no sé si hago bien contándote todo esto, porque a ser padre no se aprende estudiando. No hay remedios ni recetas en los muchos libros que estudié y rebusqué.

En esta relación somos dos novatos, tenemos la misma antigüedad en nuestros respectivos oficios.

Disculpémonos los errores, estamos aprendiendo.

Estamos viviendo.