Cruzó el Atlántico en busca de su pedazo de paraíso. Lo que encontró fue una panadería de Valencia donde tenía que trabajar 12 horas diarias para cobrar 23 euros. A menos de 2 euros la hora.
Después de casi dos años entre harinas, una de aquellas máquinas de amasar le arrancó un brazo. El ejemplar empresario español se lo tiró a la basura. Con él hizo casi lo mismo, pero en las proximidades de un hospital con su hombro ensangrentado. Antes le obligó a prometer que no contara nada de lo sucedido, que por ningún motivo lo nombrara ni hablara de su empresa.
Lo lamento, pero esto no es un cuento de ésos que a veces invento y escribo por aquí. Es la mísera realidad: LEER MÁS.