castillos y excepciones

 Castillo que Sergio (9 años) levantó esta semana en la orilla de Papagayo (Lanzarote). SPCP / 2010
Hay castillos de arena que sobreviven a las mareas. Se petrifican y permanecen en el tiempo, haciéndose palpables, habitables.

Hay días en los que, por mucho que madrugas, no te ayuda ni dios, aunque siempre te queda disfrutar del amanecer más temprano.
 
A veces apaleas una madriguera y el conejo vuelve.
 
Las mangas verdes no son buenas a ninguna hora. Mejor, maduras.
 
¿Por qué tengo que afeitarme cada vez que lo haga mi vecino?
 
El ojo del amo estresa al caballo.
 
Hay cerdos tan irreverentes que no acuden ni a su San Martín.
 
En ocasiones, echándole ganas y maña, mejora lo que empezó mal.
 

Y es que la regla confirma la excepción.

luna de agosto

No sé qué tiene el verano que me transforma. Me saca el hedonista silencioso que llevo dentro y termina de anestesiar lo poco de hormiga que puede quedarme en algún bolsillo perdido. Los meses se me esfuman embelesado con los ritmos de las mareas, en cualquier orilla, lagartijeando al solajero.

No sé si la tan versionada luna de agosto tiene algo que ver en todo esto, si es por la conjunción de astros en estas fechas o si, simplemente, el calor me atonta.

Siempre lo tuve por mi estación favorita y aquí estoy, disfrutándolo por cuadragésimoa quinta vez consecutiva. Como la primera.

silencios

En esta era de telefonías y teclados, televisiones a borbotones, parlanchines sin feria  y demás blogueros desconocidos, levanto la bandera del silencio, en defensa de sus virtudes. 
El de las bibliotecas, rebosantes de palabras ordenadas en mudos kilómetros de estanterías, aguardando calladas en renglones infinitos.

El silencio de las melodías, el que salpica los pentagramas, entre notas y acordes, construyendo el milagro del ritmo y la armonía.

El de bodegas, catedrales y bosques, fermentador de uvas y almas.
El silencio compartido en las amistades enraizadas. El de la compañía acogedora y la mirada cómplice.
El silencio ensordecedor de la soledad y el desierto, el que nos deconstruye y renace.
El placentero, sí, el de la placenta, al que necesitamos volver de vez en vez.
La ausencia de ruido y palabras que desacelera los remolinos de emociones, la que siembra paciencia y permite decidir o esperar cuando las cartas vienen marcadas.
Al que me abrazo cada noche para hundirme en las imágenes de mis sueños.
Por eso, donde haya un buen silencio…

lógicas intergeneracionales

Al salir de un cajero automático con Saulo (6 años), me pregunta:

– ¿Por qué no te compras una máquina de ésas que da dinero?
– Es que esa máquina no lo da, sólo te devuelve el que ya es tuyo.
– Pues cómprate una máquina que fabrique dinero.
– Es que el dinero no lo puede fabricar cualquiera, sólo vale el que hacen en una fábrica especial.
– Pero yo te puedo dibujar dinero y nadie se da cuenta.
– El dinero de verdad tiene unos colores y unos sellos que lo diferencia del falso. Además, si compras algo con dinero de mentira te meten en la cárcel.
– ¿Sí?, ¿mucho tiempo? ¿Cuánto, un día?
– No, me temo que mucho más. Muchos años.
– ¿Cuántos días son muchos años?
– Hasta que te haces viejo, por lo menos.
– ¿En la cárcel te dan de comer o sólo pan y agua por debajo de la puerta? ¿No te dan golosinas?

Miedo me da.


Le cuento a mi padre (80 años) que en la última revisión han detectado que el nevus que mancha el fondo de mi ojo derecho ha crecido. La doctora recomienda que me lo haga ver por otro especialista de la capital del Reino. Mi padre responde:

– ¿Pero eso es en un ojo sólo, no?

Así y todo, sospecho que lo dijo para animarme.

extrapolando

Imagen: Playa de Las Gaviotas, 2010. JLH

Me gusta levantar columnas de piedras en la orilla. Y no sólo porque me encanta la playa. Ni siquiera porque me entretiene hasta hacerme olvidar todo lo demás. O casi todo. También porque me obliga a buscar puntos de encuentro y equilibrio entre las formas, a nivelar los pesos en los ángulos exactos, a tener un exquisito cuidado cada vez que añado un nuevo elemento, evitando que los demás se sientan alterados y caiga derrumbado todo el invento.

En serio. Prueben y ya me cuentan.

buen rollito

Estoy convencido de que el buen rollo en los equipos facilita la consecución de objetivos. Si empresarios y cargos directivos fueran conscientes del poder productivo y creativo de la cohesión grupal, dejarían de dar órdenes y desterrarían la competitividad entre sus miembros, aunque sólo fuera por puro interés personal.
Como ejemplo, dos vídeos que desprenden muchísima buena energía en equipos de trabajo muy diferentes. Créanlo: es posible.