Todos lo sabemos, todos lo estudiamos pero preferimos olvidarlo, pensar en otras cosas. Es una evidencia que vivimos en una partícula insignificante de un planeta que, a su vez, es una minucia que gira alrededor del Sol, una estrella enana que… no se sabe bien qué hace en ese enorme vacío que llamamos Universo.
No existe el arriba ni el abajo, la derecha ni la izquierda, lo mucho y lo poco, avanzar ni retroceder… son meros conceptos relativos, contextuales.
Con todo, igual que las hormigas, caminamos con apariencia de seguridad, veloces, atareados en cuestiones banales con gesto terso y arrogante, como si nos fuera la vida en ello.
Es mucho más llevadero enredarse en cualquier asuntillo cercano que vivir siendo conscientes de que la vida es un flotar en la nada, sin rumbo ni sentido. Que no se puede avanzar porque no hay adónde ir. Que nada es mejor ni peor. Que sólo tenemos medidas subjetivas con las que autocomplacernos y anestesiarnos para seguir enredándonos en cualquier tontería, alguna que nos tape los ojos a lo inmenso de la realidad y sólo nos permita enfocar los primeros planos, las minucias de lo cotidiano más inmediato.
Alienarse es absurdo pero, debo admitir, provoca menos vértigo que la ingravidez.