Hoy es un día tan bueno, tan malo como cualquier otro para escribir.
Escribir sin más.
Sin pretextos ni expectativas.
Sin formato preestablecido.
Un día ventoso en el que no comienza ni acaba nada.
Un día de tripas revueltas, como tantos otros.
Asqueado de asesinatos, de cadáveres y hambrunas.
De feudalismo espectáculo. El show del imperio avasallando ruinas de apariencia democrática.
Otra oda a la estupidez suprema.
Al matonismo.
Al salvajismo.
Un día más en la búsqueda de lo imposible, de todo lo que no cabe en las explicaciones que fabrico. Como si alguna respuesta fuera a saciar mis preguntas. Sumergido en el fondo a sabiendas de que no hay fondo.
Seres menesterosos del mundo en busca de argumentos, de asideros para dotar de sentido la existencia, con esa arrogancia humana que se empeña en darse importancia, en creerse superiores, a sus iguales, al universo. Incapaces de reconocerse parte, sin más, parte de un todo inmenso.
Un día más con el deseo desnortado, proyectando paisajes a destiempo, sin rumbo.
Otro día con Eros arrodillado ante Tánatos para encajar en el dispositivo y continuar, sólo eso: El despertador, el café rápido y la oficina, empujar trámites absurdos con fines vergonzosos o, cuanto menos, ridículos. Un zombi más entre miles de zombis, construyendo identidades con residuos y escombros.
Un día cualquiera.

