La receta

Para empezar, coseche el amor de su propia huerta. No lo compre precocinado, mucho menos en grandes superficies. Sacúdale las cursiladas y la tierra, al tiempo que le quita gusanos y otros prejuicios. Como lentejas, revise uno por uno cada momento, mondando las rutinas y otras piedras. Deshoje los silencios y, con abundante agua, cepille lo que puedan tener de incomodidad y desencuentro. Arranque de cuajo las necesidades de posesión y ponga en un recipiente aparte todos sus miedos. Con un buen rallador y mucho esmero, haga trizas las diferencias; hay que hacerlas digeribles, ya que son inevitables. Después de bañarlo en abundante afecto y transparencia, alíñelo todo con buen sexo y pasiones prensadas en frío.

Ya está listo. No queda más que servirlo. Al gusto, por supuesto. Cómalo a mansalva. Métase un atracón o consúmalo en pequeñas dosis. Frío o caliente, como prefiera. De cualquier forma estará bueno.

Que aproveche.

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