Un día decidió comerse todas sus ranas. Convertirse en su propio comesueños.
Y no lo hizo por glotón, no.
Ocurrió que estaba harto de vivir esclavizado a los deseos, por mucho que fueran suyos, inculcados, mediatizados, prestados o plagiados.
Prefirió vivir la vida tal y como venía. Sin más.
Una decisión arriesgada, le dijeron.
Aunque lo cierto es que ahora no tiene mal aspecto.
Hasta parece feliz.
Aunque lo cierto es que ahora no tiene mal aspecto.
Hasta parece feliz.