Como los problemas, hay olas que inevitablemente nos revuelcan.
Algunas pueden pasarse por encima, con un ligero y sinuoso vaivén.
Otras no dejan más opción que sumergirse a su paso para, en la medida de lo posible, minimizar los efectos de su ajetreo.
También están las que dan una oportunidad, las que nos permiten aprovechar su energía para deslizarnos hasta la orilla.
Hay personas a las que les encanta jugar con las olas.
Otras, en cambio, les tienen tanto miedo que sólo se bañan en la orilla.
También hay gente a la que no le gusta la playa y, como mucho, se remojan en alguna piscina.