Estoy en días de frases sueltas. Regurgito momentos en forma de oraciones y paso horas rumiando, reconstruyendo, reinventando, buscándoles algún sentido.

En sueños, una desconocida me dice que arriesgo demasiado. Cargada de seguridad insiste en que siempre lo hago.

En sueños, una desconocida me dice que arriesgo demasiado. Cargada de seguridad insiste en que siempre lo hago.
Una vez despierto, alguien presume de conocerme tal como soy.
Ese día me encuentro con un amigo en la misma conclusión: lo malo no es que te roben un proyecto. Lo que en realidad da lástima es que lo materialicen tan mal, que le quiten el alma y no vaya más allá de una tremenda horterada.
Por su parte, Saulo me apunta con su tangible realidad de cinco años para, directo al pecho, dispararme un ¿por qué no pasas más tiempo conmigo? Últimamente nos vemos muy poco y te echo de menos.
Con otros seres, en cambio, entrelazo frases huecas y sin sentido que soy incapaz de recordar. Por muchas horas que conversemos, no hacemos más que quemar minutos, empujar el día para que pase más rápido.
Será.